Cuando el derecho se tuitea: los abogados españoles que destacan en las redes sociales
Hubo un tiempo en que los abogados hablaban solo en los juzgados, en conferencias jurídicas o en columnas especializadas con letra pequeña. Hoy, muchos también escriben con 280 caracteres y lo hacen para públicos diversos: otros juristas, periodistas, ciudadanos cabreados o políticos que buscan munición. Las redes sociales, y en particular X, han roto la cuarta pared del mundo jurídico, haciendo del abogado no solo un operador técnico, sino también un interlocutor público, con mayor o menor fortuna.
No se trata —o no siempre— de influencers al uso. El perfil dominante no es el del jurista que baila en TikTok o acumula millones de visualizaciones por resumir sentencias complejas en memes. Tampoco es exactamente el del abogado mediático que opina en tertulias. Hay una clase media, sólida, de profesionales del Derecho que han encontrado en las redes sociales una forma eficaz de participar en el debate público sin rebajarse al espectáculo, sin perder del todo la compostura del foro. Lo que dicen no siempre se comparte, pero se lee. Y eso, en tiempos de ruido, ya es bastante.
Uno de los más constantes en este terreno es José María de Pablo. Penalista riguroso, de verbo seco y argumentos bien trenzados, su cuenta es un oasis para quienes buscan entender cómo funciona (y cómo debería funcionar) el proceso penal español. No hace pedagogía de cara a la galería ni presume de causas. Pero sus hilos explicando sentencias, desmontando errores periodísticos o comentando reformas legislativas han terminado por convertirlo en una referencia. Sin levantar la voz, sin buscar polémica, ha construido autoridad.
Más visible en los medios, y con una energía comunicativa muy distinta, está Juango Ospina. Su presencia en redes combina la exposición de su experiencia profesional —centrada en el derecho penal y la defensa técnica en casos de alta complejidad— con un esfuerzo claro por desdramatizar la figura del abogado. Habla con naturalidad, se muestra como es y defiende la humanización del Derecho en sus intervenciones. Su estilo más directo, a veces emocional, le ha valido tantos seguidores como detractores, pero nadie puede negar su capacidad de conectar con públicos amplios, incluso ajenos al mundo jurídico.
En otro extremo del espectro expresivo se mueve Víctor Soriano, penalista y administrativista, también asesor parlamentario. Soriano ha sabido usar X como una herramienta de fiscalización jurídica del poder. A diferencia de quienes convierten el Derecho en un producto, él lo utiliza como lenguaje de combate institucional. Suele publicar hilos sobre corrupción, derecho sancionador y libertad de expresión, entremezclando doctrina y práctica política con un tono de precisión quirúrgica, a veces cortante, pero siempre documentado. Lo suyo no es divulgar, sino intervenir.
Hay otros nombres, claro. Algunos han preferido la pedagogía al comentario político. Otros, como David Bravo o Javier de la Cueva, hace tiempo que dieron el salto de las redes a las trincheras culturales y tecnológicas, defendiendo la libertad digital cuando casi nadie hablaba de ella. Abogados como José Muelas o Elisa de la Nuez han contribuido a transformar debates aparentemente técnicos —las tasas judiciales, la transparencia, la independencia judicial— en banderas cívicas que encontraron eco precisamente gracias a su presencia online.
En este ecosistema jurídico digital también abundan los perfiles de ocasión: abogados que viralizan un hilo afortunado, pero luego desaparecen; penalistas de plató que replican en redes lo que ya dicen en la televisión. También los hay que han hecho del algoritmo su cliente más fiel, opinando sin matices, buscando reacción inmediata más que reflexión. El tiempo pone a cada cual en su sitio. Algunos perfiles suman seguidores, pero pierden interlocutores reales.
No hay una forma única de ser abogado en redes, y tampoco un único tipo de influencia. Lo que tienen en común quienes han logrado consolidarse es una combinación poco frecuente de competencia técnica, regularidad, autenticidad y capacidad para decir algo que valga la pena ser leído. En ocasiones, además, el impacto de sus publicaciones trasciende lo digital y se cuela en medios, en preguntas parlamentarias, incluso en decisiones de fondo.
Al fin y al cabo, el Derecho, como el lenguaje, se ejerce también en público. Y en una sociedad donde los relatos se construyen cada minuto, quien calla otorga. Estos juristas, cada uno a su manera, han optado por no callar.